martes, 19 de junio de 2012

Ciencia y Humanidades

El “principio y fundamento” de una universidad se ajusta en la propuesta de re-crear la ciencia, mas no de reducir su enseñanza a la “utilidad” de la técnica, ni que ella sea un simple matematismo práctico, ni un mundo idealizado con el que se solucionen problemas prefabricados, sino una particular epistemología que a diario active la imaginación y el descubrimiento, gustando siempre internamente de la investigación.

El quehacer de la ciencia universitaria es que en ella exista y se imparta, además, una ética universitaria, no como una vida moralista intolerante sino que proponga cultivar una dimensión axiológica distinta, es decir, el desarrollo de valores científico sociales personalmente asumidos, mas no impuestos por otros ni contra otros, sino juzgados libre, crítica y responsablemente por los mismos estudiantes.

La educación de la ciencia se hace así misma integral cuando naturalmente educa en los jóvenes científicos, el discernimiento de modelos impuestos, la denuncia de soluciones inhumanas y el cuestionamiento del absolutismo científico o de los aprendizajes que dividen la realidad (dualismo) o que solo se inclinan en resolver problemas estereotipados que se ponen en contra del bien social.

Por tal razón, las universidades han de asumir la responsabilidad de formar a la juventud íntegramente, porque cree que la mejor estrategia educativa es asumir con pleno convencimiento de que sí es posible promover un justo equilibro (término medio, nos diría Aristóteles) del desarrollo de la virtud científica compartiendo su riqueza junto a la belleza intelectual de las humanidades.

Por ello, al pie de la letra científico-humanista, son cuatro los pilares fundamentales que no pueden suprimirse ni pasar desapercibidos, sino que, sobre la base de ambas, será positivo -mas no positivista- si de tal integridad brotan cualidades esenciales que le permitan ser y hacerse mejor persona: conocerse-crearse-y-encarnarse-en-comunidad.

Finalmente, la educación universitaria porta el compromiso de ir extendiéndose en una forma distinta de educar en el país, más allá incluso de nuestras fronteras regionales, para que la vida interior juvenil se moldee a través del arte de las humanidades y el paradigma de la ciencia -alas de un mismo espíritu- sin perder de vista que la educación se basa en:

(1) “aprender a conocer”.

(2) “aprender a crear (que colinda con el creer)”.

(3) “aprender a vivir juntos”.

(4) “aprender a ser uno mismo”.

sábado, 16 de junio de 2012

Pensar es poetizar

La pregunta “¿de dónde vengo y a dónde voy?” es imposible anularla, porque se “impone” implícitamente al mismo hombre. Y la respuesta no es simple, pues se cuestiona de raíz el mero hecho de existir. Hay preguntas que orientan ir más-allá de sí mismo, cuestiones que no indican simplemente la trascendencia abstracta, como si la vida fuese una simple respuesta ecuacional: persona = vivir + morir, sino que son signos que, como amigas de la ascensión poética, abren la realidad inmanente más-allá (metafísica). Sin trascendencia, la luz de la verdad se extingue. La verdad degeneraría en un sentido incomprensible, sin amistad, sin relación franca consigo mismo ni con el otro (ni aquel Otro); se forma inclusive una filosofía apócrifa que intenta “científicamente” construir explicaciones “trascendentales”: sería la verdad anclada en la pseudo-ciencia que creería -o se engñaría- que es sabiduría.

A partir del modo cómo se piensa[1] la cuestión irrenunciable (“¿de dónde vengo y a dónde voy?”), se contempla la raíz del por qué de la existencia y para qué se vive. Pensar es trascender la realidad inmanente: pensar es poetizar. El lenguaje de la poesía cuestiona de qué uno está hecho: no se es un experimento, sino persona libre. No trascender los meros hechos, hará imposible romper la dureza del corazón. Sólo la libre gratuidad será capaz de preguntarse y re-preguntarse: ¿vivo para contemplar "qué"? La persona que abre su corazón, no objetiva ni virtualiza la realidad suya, sino que la deja ser, la vive y la "experimenta" como camino trascendente. No encarcela la vida propia ni la de otras personas en un círculo vicioso, sino que se asombra de la infinitud inaprensible: en lengua poética poetiza el contenido de la existencia humana. Una vez más, volver a re-pensar, o re-preguntar la ratio-calculante, será no un estrecho pensar, sino trascender el contenido hombre-mundo-historia, transfigurarla en la “cuestión del fundamento último trascendente”[2]. La ratio poética re-abre la inmanencia del ser-personal, y, confiadamente, acoge con libertad el misterio que es signo-real-revelado. Por tanto, poetizar, que es filosofar, es donar la inmanencia, es dejarse-ser, es ir-haciéndose una comunidad-de-amor.



[1] Escribo “se piensa” en el sentido de cómo se filosofa, se cuestiona, se reflexiona, se poetiza, se trasciende el mundo de las actitudes naturales: lo inmanente trasciende. La idea no es estacionarse en la reflexión abstracta, sino de cuestionar la razón para así dialogar contemplativamente con el mundo natural, aquel que le es propio al hombre y en el cual su vida con toda su corporeidad trasciende, con sus vivencias, sus emociones, su quehacer, su reflexión, su ciencia, su consciencia, su destino, su historia, su memoria, su espiritualidad. Es pensar -incluso- aquello que experimentamos como divino.

[2] J., ALFARO, Revelación Cristiana, Fe y Teología, Ediciones Sígueme, España 1985, 18.

viernes, 18 de mayo de 2012

Gracias, Vicente Santuc

Un 30 de abril, de una manera imprevista, Vicente partió al encuentro con el Padre. Fue él el compañero amigo que a más de uno acompañó en el re-nacer de la vida en el espíritu. Su presencia aún permanece, gracias a los recuerdos gratos que guardamos en el corazón. Él ha entregado a nuestras vidas la donación de una vida compartida en profundidad: al saludarnos con una contagiante sonrisa, al exponer una clase de filosofía, en las conversas privadas haciendo poesía o compartiendo, simplemente algunos segundos más, bebiendo un café.

Mientras estaba en Roma, unas semanas antes de su partida, recibí de él un e-mail, preguntándome en qué andaba metido por tierras romanas. El tono de las noticias suyas -como siempre- apeaban a continuar el rumbo -con pasión- del apostolado intelectual. Y es esta la “impronta vicentina”, característica en Vicente, que nos deja y nos anima a seguir. Su “ánimo” siempre ha inspirado a cada uno de una forma particular, en todos los sentidos y en temas impensables. Y ahora que él ha partido, de hecho, su presencia nos inspira muchísimo más: ¡tras la virtud vicentina! Un hombre sencillamente intelectual que con los pies sobre esta tierra peruana –piurana, limeña- puso eso que sólo una persona de espíritu profundo puede mostrar y que otros pueden contemplar: un ser humano bueno, cariñoso, siempre cercano, amigo fiel sentado a tu costado escuchando como lo hace fijamente la mirada de un verdadero padre.

¡Es verdad!, la partida de Vicente sí que ha dolido; y mucho; ¡y se le extraña! Pero, al "ver" lo vivido (y "verlo"), al recordar (y "recordarlo") y al rezar -como él lo hacía, desde muy pero muy temprano- varias de sus palabras y algunos simpáticos gestos suyos, sé que su corazón está ya donde siempre ha deseado estar y morar: en la casa de Dios-Padre: "la chispa divina"…"¡no es hermoso esto…muchacho!" -siempre decía en su acento francés-. Por eso, entrecruzado a este dolor justo, emerge ("trasciende", nos diría) la chispa divina que él siempre nos ha transmitido y la cual ahora está junto a él.

Querido Vicente, ¡es verdad!, ¡es hermoso todo esto! Dejas en nosotros, con tu presencia, la “inmanencia” del aprecio, de la amistad, del amor y también el naciente cariño a Francia, tu tierra natal, aquella que nos regaló el verte y el conocerte, aquella tierra tuya desde donde partiste a la casa divina, al Padre.

Gracias, amigo, y ¡hasta pronto!