El “principio y fundamento” de una universidad se ajusta en la propuesta de re-crear la ciencia, mas no de reducir su enseñanza a la “utilidad” de la técnica, ni que ella sea un simple matematismo práctico, ni un mundo idealizado con el que se solucionen problemas prefabricados, sino una particular epistemología que a diario active la imaginación y el descubrimiento, gustando siempre internamente de la investigación.
El quehacer de la ciencia universitaria es que en ella exista y se imparta, además, una ética universitaria, no como una vida moralista intolerante sino que proponga cultivar una dimensión axiológica distinta, es decir, el desarrollo de valores científico sociales personalmente asumidos, mas no impuestos por otros ni contra otros, sino juzgados libre, crítica y responsablemente por los mismos estudiantes.
La educación de la ciencia se hace así misma integral cuando naturalmente educa en los jóvenes científicos, el discernimiento de modelos impuestos, la denuncia de soluciones inhumanas y el cuestionamiento del absolutismo científico o de los aprendizajes que dividen la realidad (dualismo) o que solo se inclinan en resolver problemas estereotipados que se ponen en contra del bien social.
Por tal razón, las universidades han de asumir la responsabilidad de formar a la juventud íntegramente, porque cree que la mejor estrategia educativa es asumir con pleno convencimiento de que sí es posible promover un justo equilibro (término medio, nos diría Aristóteles) del desarrollo de la virtud científica compartiendo su riqueza junto a la belleza intelectual de las humanidades.
Por ello, al pie de la letra científico-humanista, son cuatro los pilares fundamentales que no pueden suprimirse ni pasar desapercibidos, sino que, sobre la base de ambas, será positivo -mas no positivista- si de tal integridad brotan cualidades esenciales que le permitan ser y hacerse mejor persona: conocerse-crearse-y-encarnarse-en-comunidad.
Finalmente, la educación universitaria porta el compromiso de ir extendiéndose en una forma distinta de educar en el país, más allá incluso de nuestras fronteras regionales, para que la vida interior juvenil se moldee a través del arte de las humanidades y el paradigma de la ciencia -alas de un mismo espíritu- sin perder de vista que la educación se basa en:
(1) “aprender a conocer”.
(2) “aprender a crear (que colinda con el creer)”.
(3) “aprender a vivir juntos”.
(4) “aprender a ser uno mismo”.